Novela

Una novela diferente

el-traductor
Redactado por: Max Blanco Pacheco
Fecha de publicación: julio 20, 2016

El traductor, de Jovi Lozano-Seser (AdiA Ediciones, 2015), no tan sólo es uno de estos libros que aportan frescura y un chico de aire nuevo sino que lo hace rehuyendo el recursos, para mí demasiado fáciles y todavía menos originales, que acostumbran a acompañar la voluntad de romper: dando golpes y más golpes por todos lados, con tanta intensidad como las fuerzas te permitan, y cuanto más sangre hagan, mejor que mejor, y empleando un lenguaje cuanto más transgresor (léase, grosero) posible, pintado con brocha gorda o —por qué no, a pesar de que no precisa mucho— con rodillo.

Una manera muy eficaz para ganarse la simpatía y el aplauso de los revolucionarios de salón, siempre dispuestos a permitir que otros escupan al caparazón de los cretinos sin arriesgarse ellos a tomar ningún mal, pero bien poco rica —y todavía menos enriquecedora—, literalmente.

El autor, por el contrario, parece entender aquello que tendría que ser obvio pero que parece que no lo es tanto, o no lo es nada: sólo se puede ser factible (y honesto) al oponerse a la comodidad si se no se sirve, también, de la comodidad —del que ya han hecho los otros, de los caminos fresados, y por lo tanto, seguros— para escribir; si no emplea comodines, sino buenas cartas literarias.

Y por eso, como los grandes escritores que de verdad, han querido (o, más bien, han sentido la necesidad de) ser incómodos con los que mandan y poner de manifiesto los fallos y las inconsecuencias de la sociedad donde los ha tocado de vivir, por aliviar el camino del que es políticamente correcto usa la arma de la ironía, seguramente la más devastadora y poderosa de todas, y aquella que, en unas buenas manos, puede llegar más lejos, puede ser más penetrante, más incisiva: “El humor. El sentido del humor. Quizás, la única herramienta disponible para seducirla”.

Y la usa con tanta precisión como elegancia. Tanta que, avezados cómo estamos al humor —o a aquello que nos emperramos al seguir denominando así, a pesar de que no logra la calidad— grueso y evidente, poco o nada trabajado, directamente abastable a las mentalidades más obtusas y cantelludes, a menudo puede pasar desapercibido. Quizás no hay que leer entre líneas, pero bien cierto que sí que hay que leer, muy leídas, todas las líneas y frases; no fuera caso que se nos escape algún de sus “dardos de ingenio”.